Hay etapas de la vida en las que no entiendes cómo puedes sufrir tanto. Cada cosa que haces, cada gesto, cada palabra que se escapa de tu boca está mal. Sientes unas terribles ganas de salir corriendo, de buscar la salida más próxima, de mandarle al mundo que se pare para que tú puedas bajar. Cuando te encuentras en esta situación, tu mundo se vuelve de color gris, no quieres comer, no quieres reír,... ni siquiera sientes fuerzas para hacerlo. Sí, yo como todos los adolescentes me he visto envuelta en esta situación. Llegué a tal punto de la miseria personal que incluso me imaginé muerta en el suelo, y nadie lloraba. Todas las personas que tenía alrededor eran las culpables de mi desgracia, ni siquiera quería mirarles a la cara. Me hundieron, lentamente, en un pozo sin fondo.
Pero, cuando estás a punto de salir corriendo, y de huir cobardemente de esto a lo que todos llaman vida, miras hacia atrás, y te das cuenta de que tú eres la única persona que puede ponerle solución a esos problemas. Es cierto, ves la vida ante tus ojos, pero también ves pequeñas piezas de ese futuro que pierdes, ese futuro incierto, que te invita a adivinar lo que pasaría si no cruzases esa puerta. Todas las personas tienen solución, solo hay que buscarla atentamente, y pensar en lo que pasaría.
Cuando intentas huir, buscas sobretodo tu bienestar, sin pensar en el daño que puedes provocar en tu entorno. Solo hay que pensar que, aunque no tengas buenos amigos, seguro que los que se supone que lo son, llorarían por ti.
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