Paremos de hablar de tonterías de adolescentes y afrontemos de una vez la vida que tenemos entre las manos. Sentimientos tan claros y tan distantes como el amor que nos amarga y a la vez es capaz de hacer desaparecer todo el odio del mundo. Pero, ¿por qué sigue habiendo tanta guerra en este mundo? pues, la respuesta es que todavía existe odio entre nosotros. Los seres humanos somos capaces de sentir odio y afecto a la vez por una sola persona. Puedes odiarla tanto que ese amor se convierte en un manto negro ante tus ojos, el odio. Podemos ver a la persona más maravillosa del mundo y en unos instantes odiarla con todas las fuerzas del alma, pero también puedes ver a tu enemigo más íntimo con otros ojos que no sean los de guerra. En este caso, ¿qué es lo que manda realmente, el corazón o la cabeza? Muchas veces nos hacemos una idea equivocada de alguien y después se puede convertir en algo más próximo a ti según vas conociendo sus habilidades y sus carencias. En otros casos, sientes un afecto más llamativo por otra persona que ya conoces desde hace tiempo, en esos momentos dicta la sentencia el corazón. Llegamos a la conclusión de que vemos a los demás con el corazón y a la vez, con la cabeza. En realidad, no vemos lo que hay a simple vista, vemos lo que queremos ver, nos engañamos a nosotros mismos haciéndonos una idea equivocada de la gente que nos rodea.
Otro tema interesante es el dinero. Algo tan fácil como algo material nos complica la vida. Todo lo que nos mueve hoy en día es el dinero. Estudiamos para conseguir un trabajo, y éste lo queremos para proporcionarnos algo material tan esencial como puede ser una simple moneda.
Por lo tanto, el dinero sí da la felicidad en cierta parte. Cualquier cosa que nos rodea ha costado una cierta cantidad. Es muy triste interiorizar y ponerse a pensar que todo lo que nos hace la vida más fácil se resume a una simple palabra: moneda. Pero existe otro tipo de felicidad, como es la felicidad familiar. No hay mejores momentos que uno familiar. Nada puede cambiar la emoción y la alegría que nos proporcionan nuestros seres queridos. El sencillo sentimiento de sentirse querido nos eleva el autoestima a un nível imprescindible para conseguir ser feliz.
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