Al principio pensé, mierda, ¡no puedo vivir sin él!, no me imaginaba un mundo sin ti, sin tu sonrisa, sin tus miradas cálidas que ofrecían protección a mis frágiles ojos, sin tus torpezas, sin tus te quieros,...
Pero ya ves, aquí estoy sin ti, ¡y no me he muerto!.
Pensé que me costaría más salir adelante, pero ya veo que me drogué con el aire que contenía tu respiración y tus suspiros silenciosos. Ahora, el efecto de la droga pasó, y sigo aquí, con todos los recuerdos que me dejaste aparcados en un álbum de sentimientos, y con los pedazos de mi corazón esparcidos por todos lados.
Con los ojos envueltos en una capa, que mezcla extrañamente, rabia con melancolía. Ahora, las lágrimas escuecen más, y se escapan solas, saturadas en aquellos recipientes que podemos llamar ojos, que no son recipientes ni son nada, sino el reflejo del alma herida que tú abandonaste en un portal de la calle soledad.
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