Desde que empezó mi adolescencia he vivido mi vida a tientas. De puntillas caminando sobre esas puntas de lanza que a veces dañaban tanto mis pies. Las heridas han sido tan profundas que algunas no sanaron, y dudo si alguna vez lo harán, otras se quedaban conmigo, hasta que más tarde rompía a llorar de dolor. Típico de una chica inmadura que no quería ver las consecuencias de los malos actos. Ahora cuesta tanto soltar una sola lágrima. Muchas veces se necesita, pero, las chicas grandes no lloran.
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